Durante la semana, vi cada mañana a dos de los pocos chavales pericos del pueblo entrar cabizbajos al colegio, en silencio, con el dolor adulto de la impotencia tan visible en la expresión de un niño. Me transportaba a mi infancia, en la que con el único españolista de la clase, compartíamos nuestras preferencias por Urruti yo y Marañón él, asi como los argumentos de defensa si veníamos de derrota.
La temporada tuvo dos etapas y no fue por el mundial, son las que hubo antes y después del ‘comunicado’, abreviado como a. C y d. C, verdadero significado de un sintagma que a mis vecinillos no les enseñaran nunca en clase.
El bloque de las derrotas, demasiado amplio y con diferentes connotaciones: de local, manifiestamente inferiores ante Madrid, Real Sociedad y Celta; Rayo y Ath. Bilbao con la cuota arbitral; Cabrera y Lecomte nos condenaron contra Sevilla y Villarreal y el derbi se recordará por la invasión, que con perspectiva del trato en los días siguientes, maldecimos no ser profetas en nuestra tierra. Como visitantes, Álvaro dejó huella en Anoeta; el Bernabéu, Sadar, Villamarin y La Cerámica fueron inexpugnables y los Juegos del Mediterráneo, Zorrilla, Montilivi y Pizjuán, uno tras otro, fueron póker de infamias arbitrales.
Los empates no nos sacaron de pobres: del inicial en Balaídos a los del mal sabor de boca: Mirandilla fuera y Valencia, Elche, Girona y Cádiz en casa. Como un islote, Son Moix, donde obviaron el penalti de Brian; justo fue el de Osasuna e ilusionante el del troceado Spotify, en el fin de año. Tendencioso fue jugar con 10 en el Metropolitano y rascar un punto y para la historia putrefacta de la competición los dos últimos, ante los de Simeone y en Mestalla. Moriremos y las generaciones posteriores hablarán de ello. Como el del último encuentro ante el Almería, donde hay que decir que por fin vimos un arbitraje decente y una muestra de dignidad españolista que podremos contar a los nietos.
Las alegrías llegaron filtradas: afortunada en San Mamés, esperanzadora en el Coliseum e icónicas las del Martínez Valero y Vallecas, que llevan la imagen para siempre de Darder. Y ante nuestro público, Valladolid, Mallorca y Getafe, tres de los que asignamos a nuestra liga, más la del Betis, desde hace años más apetecible, a pesar de aquel gol anulado por inexistente falta, vaya por Dios, de Puado.
Los primeros culpables fuimos nosotros, después se encargaron los demás. Los errores cierran la puerta de primera. A contraluz aparece la silueta de un campeonato a olvidar en lo futbolístico y a mantener siempre presente en lo arbitral. El AC/DC que citaba al principio, es ahora la banda sonora que pone el colofón al desastre: el “Highway to hell”, autopista directa al infierno. Cierro el ojo de la temporada refugiándome en uno de los principios de Rafa Nadal: “aceptar las cosas como son y no como desearías que fueran, y luego mirar hacia adelante, no hacia atrás”. Domingo 4 de junio de 2023: el primer día del regreso a Primera División. Mañana, faltará un día menos.