¿Por qué somos del Espanyol, papá?
Esta semana hemos asistido a una de las mayores manifestaciones públicas de odio hacia el Espanyol que recuerdo. La irrupción en el césped de un centenar de aficionados, condenada de inmediato por el Club y la inmensa mayoría de pericos, ha desencadenado un vómito de rabia, insultos y ofensas gravísimas a la afición blanquiazul, toda, sin excepción, por parte de gente que se cree el ombligo del mundo, bajo auspicio de unos medios de comunicación y organismos oficiales que desprecian a todo aquel que no quiere entrar en el rebaño culé.
En esta ocasión ha sido la reacción del 0’005 % de los presentes en el RCDE Stadium (150 de 27.000 espectadores), pero podía haber sido cualquier otro motivo. Son víctimas del adoctrinamiento y toda excusa les vale para desviar la atención de los casos de podredumbre, corrupción deportiva, trampas legales a medida, delitos fiscales, abuso a menores que salen a la luz cuando ya han prescrito, chanchullos médicos, futbolistas que juegan pese a estar sancionados, deuda descomunal que no les impide seguir fichando, y choriceos varios que salpican el día a día del autoproclamado “més que un club”. Decía Göbbels, el acomplejado Ministro de Propaganda nazi durante el Tercer Reich, que “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad” y es lo mismo que intenta el mundo culé acusando de fascistas, nazis, violentos y un montón más de falsedades a la afición del Espanyol, entre la que me incluyo y, por tanto, me siento aludido. Me ha sorprendido que un club al que pretenden humillar mofándose incluso de su capitán fallecido, Dani Jarque, sea tan importante en su ranking de odio. Justifican su presupuesto haciendo suyos los éxitos de la selección argentina y el Manchester City, en clara muestra de la deriva mental que les guía. Debe ser muy difícil vivir constantemente sometido a la apisonadora nacionalbarcelonista que controla sus cerebros, o lo que debería haber en su cavidad craneal.
¿Por qué somos del Espanyol, papá? Por eso, hijo, somos del Espanyol porque no dejamos que otros piensen por nosotros, porque no aceptamos ser manipulados, porque huimos de la prepotencia, porque aceptamos que victorias y derrotas forman parte del deporte, porque somos una familia que se une si es atacada, porque somos gente de bien, humilde y familiar que acepta su locura como la mayor muestra de cordura, porque somos un club plural, porque tenemos valores en un fútbol decadente, porque nos da la gana y porque nos gusta ser ese grano en el culo que nunca podrán extirpar.
¿Hay excepciones? Sí, claro. En todas partes hay violentos, mala gente y delincuentes a los que denunciar, y el Espanyol los padece como el resto de la sociedad. La única burbuja en la que voluntariamente nos refugiamos es la que hemos creado para protegernos de las mentiras azulgranas. Para nosotros, los pericos, aunque nos repitan mil o un millón de veces una mentira, no conseguirán convertirla en verdad. Ni las calumnias culés, ni los muchos Göbbels que pululan por el entorno Barça podrán con nosotros.
Dicen que de las derrotas se aprende y muchos niños han aprendido que las provocaciones prepotentes descalifican a quien las celebra. Así pues, la humillante derrota deportiva del pasado derbi no cayó en saco roto. He recibido una inyección de orgullo perico y me han recordado la suerte que tengo de ser perico. No sé si la próxima temporada el Espanyol jugará en Primera o Segunda, pero el odio culé me ha enseñado que la categoría de un equipo no depende de la clasificación final, sino de la categoría humana de su afición.
¡Gracias culés!