Quiero desconectar, pero no puedo. Me acuesto triste y me despierto pensando en el Espanyol. Imagino una película donde el condenado a muerte espera un milagro que le salve a cinco días de su ejecución. Las he visto de todos los colores en el Espanyol y debería estar más curtido, pero no puedo evitarlo. Duele. La actual no es una situación más, no es una película más, no es una crisis más, ni siquiera es una mala gestión más. Estamos ante un posible principio del fin, y no puedo aceptarlo.
Hace tres años enfoqué el descenso como una lección. Un mal necesario que nos haría reaccionar como Club. Un paso atrás para tomar el empuje necesario y salir de una mediocridad crónica que cada vez dejaba a más pericos en casa, hartos de sufrir, dar, y no recibir otra cosa que chascos y desilusiones. Pero el Club, o lo que lamentablemente es lo mismo, Mr. Chen, no aprendió nada. Cerró los ojos, la pandemia maquilló su dejadez y la mala fe planeó sobre su gestión. Podía hacer o deshacer lo que le viniese en gana, tomar malas decisiones, destrozar una estructura de Primera División y seguir como si nada. El desprecio a la afición clamaba al cielo, pero se dio cuenta que, en el Espanyol, nunca pasa nada.
Ahora es distinto. El séptimo mejor equipo histórico de España, el fundador de la liga y el quinto que más temporadas estuvo en Primera antes de la llegada de Chen, camina con paso firme hacia su autodestrucción. Y nadie hace nada. Nadie grita. Nadie se rebela. Chen y la colección de inútiles que ha puesto al frente del Club, están mandando al Espanyol al hoyo. Y nosotros, hablando de Rufete, Catoira, Mao y otros ineptos que no son más que la consecuencia de las decisiones de Chen.
Hora es de hablar del silencio de los grupos de animación respecto a una gestión presidencial, que coquetea con nuestra desaparición como equipo de élite. Hace meses participé en un conato de protesta ante las oficinas del estadio, que tuvo poco éxito por el nulo apoyo de los que antaño levantaban la voz pidiendo explicaciones y ahora, con Chen, callan. Apenas una cincuentena de pericos con pancartas hechas con sábanas y toneladas de dignidad, mostraron públicamente su disconformidad mientras empleados con despacho observaban y se reían detrás de los cristales de las oficinas. ¡Pobres tontos, se creen que nos van a echar con cuatro pancartitas!, debieron pensar. Pues no, amigos directivos, no serán cuatro pancartitas las que os dejarán sin empleo, sino la estructura de Segunda que hará Chen la próxima temporada, si un milagro no lo remedia.
Confieso que soy, o era, danista y siempre valoré que Dani Sánchez Llibre se hiciera cargo de un Espanyol en descomposición y lo llevara a ganar dos Copas, una final europea, construyera una ciudad deportiva, un estadio de propiedad y bajo su presidencia, se superasen los 36.000 socios. Pero últimamente su nombre me machaca con insistencia. No puedo, ni quiero, entender por qué eligió a Chen para vender sus acciones, teniendo oferta en firme de Genética Perica que, sin ser santos de mi devoción por aquel entonces, sí que garantizaban una gestión empresarial y un sentimiento RCDE que ahora echo de menos. ¿Por qué Dani sigue defendiendo a Chen? ¿Por qué en la pasada edición del programa Llobregat BiB Deluxe, afirmó sin ruborizarse que tenía plena confianza en Chen? ¿Por qué, entre todos, engañaron a los pericos de buena voluntad que vendimos nuestras acciones pensando que era lo mejor para el Espanyol?
Pronto veremos como el Club, o sea los siervos de Chen, intentarán aprovechar el próximo derbi para desviar la atención sobre la realidad y lanzarán videos con consignas tan tópicas y manidas, como ineficaces. Es su única capacidad de reacción al desastre que ellos mismos han creado.
Me gustaría ser optimista y decir aquello de «no surrender» y «remar y remar», pero no puedo engañarme ni engañar. Me siento estafado y ya no puedo más.