Once jornadas después del inicio de LaLiga, cuesta entender la virulencia de algunas de las críticas que está recibiendo Manolo González. No porque el Espanyol sea perfecto -que no lo es, ni mucho menos-, sino porque basta con mirar al retrovisor para darse cuenta de lo que ha cambiado el panorama. El año pasado, a estas alturas, el equipo era un drama en construcción: 10 puntos, tres victorias, un empate, siete derrotas, 10 goles marcados y 19 encajados. Estaba cuarto por la cola, con un pie en el barro y el otro patinando.

Hoy, la historia es bien distinta. Sextos en la clasificación, con 18 puntos, cinco victorias, tres empates y tres derrotas. Con el doble de puntos con el equipo que ahora marca el descenso y solo a cuatro del Atlético, que cierra la zona Champions. El salto es abrumador. Y sin fichajes galácticos ni inversiones millonarias. Con trabajo, con una idea clara y, sí, con errores, pero también con personalidad.
Buen equipo en casa, pendiente de crecer fuera
Una de las críticas más repetidas estos días tras el tropiezo en Vitoria es que el Espanyol baja demasiado lejos de casa. Y es cierto que tiene dos caras muy diferentes. En el RCDE Stadium es el quinto mejor local del campeonato, solo por detrás de Real Madrid, Villarreal, Atlético y Barça. Ha sumado 13 puntos de 18 posibles, y ha hecho de Cornellà una plaza difícil para todos.

Pero fuera, el equipo se desinfla. Solo ha conseguido cinco puntos en cinco partidos a domicilio, y las sensaciones, salvo en Oviedo o en la segunda parte ante la Real Sociedad, no han sido especialmente brillantes. En Mendizorroza, por ejemplo, el equipo se dejó el partido en media hora y lo pagó caro. Hay que mejorar fuera. Pero eso no debería nublar todo lo demás.
Falta acierto, no intención
Otro asunto que se ha colado con fuerza en el debate perico es el de la puntería. Y es cierto que al equipo le cuesta transformar en goles las ocasiones que genera. Ha marcado 15 tantos y ha encajado 13, cifras algo justas para un aspirante a Europa. Pero lo que no se puede negar es que el Espanyol llega. Genera. Tiene volumen ofensivo. Y cuando eso ocurre, lo normal es que los goles acaben cayendo. No es falta de intención. Es un punto de acierto que debe afinarse.

Lo dijo Pere Milla tras el último partido: “Tuvimos muchas ocasiones que por desgracia no pudieron acabar en gol. Lo que hemos de hacer es seguir en la línea de la segunda parte”. Y no le falta razón. El equipo reaccionó, compitió y rozó el empate. Le faltó algo más de mordiente, sí, pero no actitud.
El contexto lo cambia todo
Si alguien se hubiera imaginado al Espanyol sexto tras once jornadas, con 18 puntos, opciones europeas reales y nueve de margen sobre el descenso, probablemente habría firmado con los ojos cerrados. Pero el fútbol tiene esa memoria corta que todo lo devora. Por eso sorprenden las críticas a Manolo González. No porque el equipo no sea mejorable -lo es-, sino porque cuando se evalúa, hay que tener en cuenta el punto de partida.

El Espanyol del año pasado no competía. El de este curso, sí. El de la temporada pasada encajaba goles cada vez que le apretaban. El de ahora, los sufre, pero también responde. El de antes se caía en cada curva. El de ahora, al menos, las toma con firmeza. Las diferencias son enormes.
Que no se olvide de dónde viene
Hay margen de mejora, por supuesto. Y ambición para seguir subiendo. Pero cuando se mira el camino recorrido en solo un año, cuesta entender que haya voces que pidan cuentas a un entrenador que ha conseguido devolver la ilusión a un equipo que estaba partido. Manolo González no es infalible, pero ha construido algo competitivo, reconocible y en crecimiento. Y eso, en un club que el año pasado iba a la deriva, no es algo que no deba tenerse en cuenta.
Si el Espanyol corrige los desajustes fuera de casa y afina su pegada, puede aspirar a todo. Mientras tanto, seguir sumando, sin dramas y con los pies en el suelo. Porque ahora mismo, lo que tiene el Espanyol es algo que muchos querrían y que ea impensable hace unos meses: estabilidad, margen y motivos para creer.
