Nos trajeron una herramienta que iba a garantizar la justicia en el fútbol. El VAR se proyectaba como el elemento que eliminaría la polémica. Y por ahí, se empezó a escapar el balompié de toda la vida. De las sospechas infundadas, algunas ya corroboradas, de la predilección de algunos arbitrajes por determinados equipos, hemos pasado a la aniquilación de clubes que se salen del patrón que desea el actual estamento arbitral, el presidente de la federación que los ampara y un responsable de la liga que otorga, a su gusto, desde horarios al propietario de la emisión de imágenes.
A todos ellos, una característica los agrupa, más allá de las declaraciones que ya guardan las hemerotecas: les parecemos incómodos. Hay un perjuicio sistemático al disidente, al que levanta la voz, al que se queja a pesar de que le ampare la razón. Que se anule un gol, que el reglamento indica claramente su legalidad, sería un elemento más que suficiente para empezar una cruzada. Y sin embargo, fue levantar la mano por una alineación indebida otorgada por un tribunal que no corresponde al ámbito deportivo, y desde entonces, un ataque inmisericorde.
Jugamos a un deporte en desventaja y con los ‘tiquismiquis’ que reclaman su cuota de protagonismo desde una sala en Las Rozas. Sin VAR se vivía mejor y lo que sucedía en 38 jornadas de anteriores ligas, acababa la mayoría de veces equilibrando aciertos y errores. Dani García, De Marcos y Sancet acabaron el partido que Aleix no pudo completar; nos robaron el gol de Braithwaite que nos hundía la cabeza en el barro otra vez, cuando parecía que respirábamos y se determinó una prolongación irrisoria de tres minutos, ilógica a todas luces y que se aprovechó mal por nuestra parte.
Lo del césped se puede relatar en modo rápido: Pacheco paró dos que nos mantuvo vivos; a Óscar le afeitó Williams como podía haber hecho con cualquier otro; Montes y Cabrera cerraron el espacio aéreo, confirmando que los aviones donde tienen problemas es maniobrando por tierra; Rubén no está radiante, ni Puado; Expósito y Gragera eran la señal de cambio y el asturiano se ganó la plaza; Darder aumentaba la impotencia en protestas y con dos puntas que habría que cebar a centros, Joselu y Braithwaite viven sin ellos. Los cambios alimentaban la esperanza de jugar por dentro, Melamed tiene el olfato del que carece un Vini que se vio en el banquillo; Denis compareció en modo pechofrio para los detractores de la cesión, mientras Calero vio las mismas amarillas que cualquiera de los leones que debió ser expulsado.
El proyecto de salvación, nace para Luis García sin tiempo, con el lastre arbitral y una derrota prematura. Tiene una idea el mister, que le costará casar con el perfil de la plantilla y la impaciencia del seguidor. Duele ver el silencio ante tamañas injusticias. Nada garantiza que vaya a cambiar, pero la inmovilidad es el peor de los ejercicios cuando te pisotean. Queda la esperanza, una actitud que se contrapone a la lógica de los sentidos, esos que perdió el futbol hace tiempo, convirtiendo la pasión de muchos en el negocio de unos pocos.