Igual que no hay un modelo estándar de paraíso, tampoco existe un único patrón de juego, por mucho vendedor de crecepelo que diga que al fútbol se juega de tal o cual forma. Jagoba ha patentado el suyo en Pamplona y Diego Martínez busca su versión. Quizá el problema radica en aquello que dijo Einstein: “no pretendas que las cosas cambien si siempre haces lo mismo”.
Habrá que afirmar que la única palmera que nos dio sombra en el desierto de El Sadar, la proporcionó Lecomte, el mejor haciendo su labor.
Por enésima vez, viaje al matadero del lateral para Calero.
En el jardín central aparcamos la flota aérea y por una vez, ni Sergi ni Cabrera se llevaron la foto en primer plano de un gol de despiste imperdonable.
Cerraron a Brian el acceso al cielo de un nuevo centro de gol, con algo tan simple como un par que le imitaba.
Doble pivote industrial, de delantal de cuero y botas de seguridad que ni construyó, ni destruyó: Vini defendió un córner sin mirar el balón y Keidi no tuvo la noche.
El agobio alcanzó a Darder, enjaulado en el mediocampo rojillo.
El evangelio del encuentro lo mostró Aleix, jugando a que pasara el tiempo sin que sucediera nada.
Braitwaite vagaba como alma en pena y a Joselu no es que le abandonara el ángel, simplemente lo abandonamos a ver si sonaba la flauta.
Edu Expósito, Puado, Lazo, Omar y Dani Gómez. Esos fueron los cambios, que mantuvieron el pobre empeño de la noche. Venían del bostezo del banquillo, que se había propagado a los que lo veíamos por el televisor.
Una vez más, y ya van, nos servía la X de la Q1 y nos volvemos con el 1 de la Q2, formato de quiniela que desapareció hace ya más de 30 años. Pero pasan los jugadores y entrenadores y aquí nada cambia. Sin juego, sin riesgo, sin atrevimiento, no hay paraíso. Lo diré en latín: “audentis fortuna iuvat”. La fortuna favorece a los audaces. Pero hay que salir a buscarla, no esperar a que venga.
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